Misión Carro Adentro

Nadie que haya nacido en esta ciudad recuerda su primera cola, es como tratar de evocar nuestro primer refresco, nuestra primera piñata o la primera vez que vimos el Güaire. Ya de adultos la aceptamos con ese golpecito en el volante que dice “co… yo sabìa” o la retamos con madrugonazos, usando el camino verde heredado junto con la receta de la torta de guanábana de la abuela cual secreto de familia. Otros apelamos a estrujar el tiempo que inevitablemente perderemos cayendo en la vana ilusión de aprovecharlo: la primera herramienta es el celular, hay oficinas enteras que se manejan desde una cola, programas de radio condenados a comenzar con el locutor a kilómetros de la cabina.; luego están los que leen, los que escuchan audio libros como la última edición de “La Culpa es del que ordeña la vaca”, o “hipnosis para dejar de fumar”; eso sin contar los dvd portátiles que han proliferado a tal punto que pronto les seguirá una industria de la butaca reclinable para el carro con la que poner portarretratos de la boda, la primera comunión o el viaje a Mérida será parte esencial de esa sala que llamamos el “asiento de alante”. Por último está el fenómeno de la cola como “mall”: está el club de video, dónde un tipo con un mostrador de anime, y sin el beneficio de ningún estudio de mercado, sabe con solo verte la cara si ofrecerte la última de Disney o una “Carne con papas”, el ferretero que ya te tiene la bomba de agua manual para el botellón o el aragán de última generación que solo se podía conseguir por TV, el dulcero, el licorero, y el cafetero. Nuestra cultura del atascón es tan caraqueña que hace unos años estuvo en la lista del New York Times un libro titulado “I survived Caracas Traffic” por un tal Greyson, si Billo´s estuviera vivo tendría que escribirle un paso doble, quizás más bien un bolero, largo y triste, a la cola caraqueña. Sin embargo, como pocas cosas en Venezuela, esto ya ha dejado de ser gracioso.
Desde hace más de un mes la ciudad colapsa desde La Urbina hasta Caricuao una vez por semana. No es una tranca, no es un simple exceso de vehículos, se trata de un colapso de autopistas, avenidas, calles, callejones, aceras y hasta el estacionamiento de los edificios. Un amigo me relataba que tardó veinte minutos en salir de su edificio porque la cola arrancaba desde el estacionamiento. Hablo de esas colas donde nos salimos del carro a cruzarnos de brazos y repetir las dos primeras líneas de “Esperando a Godot”:
- No hay nada que hacer.
- Empiezo a creerlo.
Oropeza, el sicólogo, me lo explica con el título de “locus de control externo” es decir, nos resignamos a que horas y horas de nuestra vida y la de nuestra sala en cuatro ruedas nos sean arrebatadas porque “la culpa no es nuestra”, “¿qué se le va hacer?” o cómo diría el comediante Andrés López “Deje así, no se moleste.” Las explicaciones que provienen desde las autoridades del gobierno no dejan de ser interesantes, “Yo no sé porque la gente compra tanto carro” dijo uno al aire en televisión; una de las cabezas de los bomberos metropolitanos concluyó después de la lluvia del 24 de abril, “la solución ya la tiene el TTT cuando con la nueva matriculación desincorpore los vehículos viejos” –solución harto socialista por demás- por no hablar de la legislación por ensayo y error que no sabe si mandar a los motorizados por la acera, el hombrillo, entre los carros o incorporar guayas, quitarles los cauchos y dotar las motos con una varilla que -luego de un entrenamiento en la Misión Circo- sepan usar como balancín para circular de poste a poste. Sin embargo alguien me dijo, no sé si será un rumor como ese del mercurio en el pescado, que en dos municipios de Caracas, de cuyos nombres no puedo acordarme unos locos pusieron una cosa que disque se llamaba pico y placa, y que la gente se calentó al principio pero, ¡Bueh! al final parece que se circulaba mejor y todo. Quizás ando creyendo cuentos de camino o el miche casero me esté afectando la razón pero algo me dice, quizás la lógica ¡válgame Dios! que 20% menos de vehículos circulando en las horas pico ayude más que lanzar a los motorizados por los túneles del Metro.
El destino me juega una y en una sala de espera de un medio de comunicación del Estado me topo con una autoridad de Tránsito y Transporte Terrestre quien se preparaba para anunciar una nuevas reglas al aire en una entrevista. Las discute con un compañero, y como lo que oí me pareció lógico, me aventuré a meterme en la conversación. La cosa fue más o menos así:
-Hola Don Pepito.
-Hola quien quiera que sea usted.
-¿Se les ha ocurrido usar a nivel metropolitano Pico y Placa?
- Se le propuso al Presidente pero eso lo tiene que decidir él.
-Adiós Don Pepito.
-Adiós y que le vaya bien a usted.
Así que siguiendo la terminología académica de Ángel Oropeza ya puedo decir que mi “locus de control externo” tiene nombre. Señor Presidente, si la medida le parece mala porque la propuso la oposición, y el día de parada es muy cuarto republicano, póngale otro nombre, no sé algo como “vuelvan placas” o “Misión carro adentro” aunque esta última parece ser la misión actual. Use sus habilidades comunicacionales, que en eso es usted un tigre, y lance la medida. No arranque una cadena cantando ”y llovía y llovía” cuando un millón de caraqueños están adheridos la cuerina de sus asientos. Mientras se decide, nuestro único consuelo ya no será decir “es que hay demasiados carros” ó “¿quién le dice a los chóferes de camionetas que no protesten?” sino a coro destemplado podremos decir “¿Cuando será que el Presidente oirá la propuesta de nuestros esmerados funcionarios de de Tránsito y Transporte Terrestre?”. Ah, y el que me venga con lo del TSJ y el dictamen sobre restricción del libre tránsito, y demás comodines semánticos, que me explique las alcabalas de carretera o el nuevo reglamento que permite la detención del vehículo por parte de un fiscal de tránsito...